POEMA DE LOS DONES
Cita de info@cursopedias.com en 10/05/2024, 23:04
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Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.De esta ciudad de libros hizo dueños
a unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer en las bibliotecas de los sueños
los insensatos párrafos que cedenlas albas a su afán. En vano el día
les prodiga sus libros infinitos,
arduos como los arduos manuscritos
que perecieron en Alejandría.De hambre y de sed (narra una historia griega)
muere un rey entre fuentes y jardines;
yo fatigo sin rumbo los confines
de esa alta y honda biblioteca ciega.Enciclopedias, atlas, el Oriente
y el Occidente, siglos, dinastías,
símbolos, cosmos y cosmogonías
brindan los muros, pero inútilmente.Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca.Algo, que ciertamente no se nombra
con la palabra azar, rige estas cosas;
otro ya recibió en otras borrosas
tardes los muchos libros y la sombra.Al errar por las lentas galerías
suelo sentir con vago horror sagrado
que soy el otro, el muerto, que habrá dado
los mismos pasos en los mismos días.¿Cuál de los dos escribe este poema
de un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
si es indiviso y uno el anatema?Groussac o Borges, miro este querido
mundo que se deforma y que se apaga
en una pálida ceniza vaga
que se parece al sueño y al olvido.Jorge Luis Borges.
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"BORGES el memorioso"
Conversaciones de Jorge Luis Borges con Antonio Carrizo.
FONDO DE CULTURA ECONOMICA. MEXICO - BUENOS AIRES (1982).[/et_pb_text][/et_pb_column][et_pb_column type="2_5" _builder_version="4.25.0" _module_preset="default" global_colors_info="{}"][et_pb_image src="https://cursopedias.com/wp-content/uploads/2024/05/Borges-memorioso-Esteban-Pinotti-1-copia.jpg" title_text="Borges memorioso - Esteban Pinotti 1 copia" _builder_version="4.25.0" _module_preset="default" global_colors_info="{}"][/et_pb_image][/et_pb_column][/et_pb_row][et_pb_row _builder_version="4.25.0" _module_preset="default" global_colors_info="{}"][et_pb_column type="4_4" _builder_version="4.25.0" _module_preset="default" global_colors_info="{}"][et_pb_text _builder_version="4.25.0" _module_preset="default" global_colors_info="{}"]
Carrizo. Es también un bello poema, Borges.
Borges. Sí, creo que sí. Aunque yo no debería decirlo.Carrizo. Pero, mire usted que. . . Yo fatigo sin rumbo los confines/ de esa alta y honda biblioteca ciega.
Borges. Se llama “ hipálage”, esa figura. Es atribuir a un sustantivo epítetos del contorno. Y la usó Milton, por ejemplo, que habla de las “estudiosas lámparas”. Realmente, el estudiante es el estudioso. Luego, Lugones: “Como árido camello con su carga”. El desierto es árido, no el camello. Y aquí, la biblioteca no está ciega; yo estoy ciego, como Groussac. Se llama hipálage esa figura y es muy linda.
Carrizo. Es como decir “ las fatigadas calles”.
Borges. Claro, las “fatigadas calles”. El que está fatigado es el que las recorre, sí. Y luego tengo otro poema en el que digo el ávido oro. Ahí se nota mucho la retórica, ¿no? Porque el oro no es ávido, sino quienes desean el oro. Ahora, este poema es realmente un poema sobre Groussac. Sobre esa suerte de dinastía, ¿no? Yo supe después que uno de los primeros directores de la Biblioteca Nacional, José Mármol, murió ciego, también. De modo que ha habido esa, digamos, dinastía, con tres individuos. Desde luego, dos más ilustres que yo: José Mármol, que nos ha legado la imagen que todos tenemos cuando hablamos del tiempo de Rosas (estamos realmente pensando en Mármol, quizá más que en Rosas); luego, Groussac. Pero Groussac fue más valiente que yo y no escribió el poema. Y yo escribí el poema de Groussac y mío, ya que estábamos en el mismo edificio y, de un modo mágico, fuimos el mismo hombre muchas veces. Pero él fue más valiente que yo y no condescendió al poema. Pero yo... bueno, cuando entré en la Biblioteca Nacional —el año 1955 el Gobierno de la Revolución Libertadora me hizo Director—, entré allí y pensé en seguida en Groussac, naturalmente: ciego y director de la Biblioteca durante tantos años.
Carrizo. Pensó: "Algo, que ciertamente no se nombra/ con la palabra azar, rige estas cosas.
Borges. Ya que hemos llegado a la palabra azar, quiero recordarle algo que es bastante curioso. La palabra azar es una palabra evidentemente de origen árabe y quiere decir dado. Cada dado se llama un azar, en árabe. Y por eso, los juegos de azar. Tiene ese origen. Algo que ciertamente no se nombra con la palabra “azar ”: claro, es mejor pensar en un destino, es mejor pensar que todo forma parte de una trama y de una trama fatal, ¿por qué no? En todo caso, todas las cosas forman un dibujo. El azar niega el dibujo. En cambio, la predestinación nos da una simetría, aunque esa simetría nos lleve al infierno, nos lleve a la culpa. Ese poema realmente me gusta. Me dijeron que estaba mal medido, pero no me señalaron qué verso estuviera mal medido. Quizá los dos últimos versos quedan, parece, mal medidos. Pero yo los he dejado un poco flojos, para que... bueno, para que hagan juego con esa idea de que se deshace todo.
Carrizo. ¿Y el verso aquél, de esa alta y honda biblioteca ciega? ¿No es un poco arduo para leer? De esa alta y honda.
Borges. No, la sinalefa. Pero desde luego alta y honda es un poco duro, un poco torpe. Pero yo no he podido hacerlo mejor. No se me ocurrió. Salvo que quisiera mostrar que el verso tiene que ser un poco difícil porque se refiere a un ciego que está recorriendo un edificio con muchas galerías, con muchas escaleras, con muchos corredores. (Ríe).
Carrizo. A mí siempre me ha parecido un bellísimo poema. Y usted, muy cerca en el tiempo de ese poema, escribió el Otro poema de los dones.
Borges. Bueno, ese otro es un poema de gratitud, de gratitud universal. En cambio aquí yo lo hacía con algún resentimiento, ¿no? Porque hablar de la ironía de Dios. . . (Sonríe)Carrizo. ¿Quiere escucharlo?
Borges. Sí, me gustaría mucho escucharlo, ya que... claro, yo perdí la vista, Carrizo, en el año 55, y no releo lo que he escrito. Pero a veces viene gente a casa que trae un libro —yo no tengo los libros míos en mi casa, mi biblioteca es selecta— y me leen poemas. Pero hace mucho que no oigo este poema.
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POEMA DE LOS DONES
Nadie rebaje a lágrima o reproche
esta declaración de la maestría
de Dios, que con magnífica ironía
me dio a la vez los libros y la noche.
De esta ciudad de libros hizo dueños
a unos ojos sin luz, que sólo pueden
leer en las bibliotecas de los sueños
los insensatos párrafos que ceden
las albas a su afán. En vano el día
les prodiga sus libros infinitos,
arduos como los arduos manuscritos
que perecieron en Alejandría.
De hambre y de sed (narra una historia griega)
muere un rey entre fuentes y jardines;
yo fatigo sin rumbo los confines
de esa alta y honda biblioteca ciega.
Enciclopedias, atlas, el Oriente
y el Occidente, siglos, dinastías,
símbolos, cosmos y cosmogonías
brindan los muros, pero inútilmente.
Lento en mi sombra, la penumbra hueca
exploro con el báculo indeciso,
yo, que me figuraba el Paraíso
bajo la especie de una biblioteca.
Algo, que ciertamente no se nombra
con la palabra azar, rige estas cosas;
otro ya recibió en otras borrosas
tardes los muchos libros y la sombra.
Al errar por las lentas galerías
suelo sentir con vago horror sagrado
que soy el otro, el muerto, que habrá dado
los mismos pasos en los mismos días.
¿Cuál de los dos escribe este poema
de un yo plural y de una sola sombra?
¿Qué importa la palabra que me nombra
si es indiviso y uno el anatema?
Groussac o Borges, miro este querido
mundo que se deforma y que se apaga
en una pálida ceniza vaga
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Jorge Luis Borges.
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Conversaciones de Jorge Luis Borges con Antonio Carrizo.
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Carrizo. Es también un bello poema, Borges.
Borges. Sí, creo que sí. Aunque yo no debería decirlo.
Carrizo. Pero, mire usted que. . . Yo fatigo sin rumbo los confines/ de esa alta y honda biblioteca ciega.
Borges. Se llama “ hipálage”, esa figura. Es atribuir a un sustantivo epítetos del contorno. Y la usó Milton, por ejemplo, que habla de las “estudiosas lámparas”. Realmente, el estudiante es el estudioso. Luego, Lugones: “Como árido camello con su carga”. El desierto es árido, no el camello. Y aquí, la biblioteca no está ciega; yo estoy ciego, como Groussac. Se llama hipálage esa figura y es muy linda.
Carrizo. Es como decir “ las fatigadas calles”.
Borges. Claro, las “fatigadas calles”. El que está fatigado es el que las recorre, sí. Y luego tengo otro poema en el que digo el ávido oro. Ahí se nota mucho la retórica, ¿no? Porque el oro no es ávido, sino quienes desean el oro. Ahora, este poema es realmente un poema sobre Groussac. Sobre esa suerte de dinastía, ¿no? Yo supe después que uno de los primeros directores de la Biblioteca Nacional, José Mármol, murió ciego, también. De modo que ha habido esa, digamos, dinastía, con tres individuos. Desde luego, dos más ilustres que yo: José Mármol, que nos ha legado la imagen que todos tenemos cuando hablamos del tiempo de Rosas (estamos realmente pensando en Mármol, quizá más que en Rosas); luego, Groussac. Pero Groussac fue más valiente que yo y no escribió el poema. Y yo escribí el poema de Groussac y mío, ya que estábamos en el mismo edificio y, de un modo mágico, fuimos el mismo hombre muchas veces. Pero él fue más valiente que yo y no condescendió al poema. Pero yo... bueno, cuando entré en la Biblioteca Nacional —el año 1955 el Gobierno de la Revolución Libertadora me hizo Director—, entré allí y pensé en seguida en Groussac, naturalmente: ciego y director de la Biblioteca durante tantos años.
Carrizo. Pensó: "Algo, que ciertamente no se nombra/ con la palabra azar, rige estas cosas.
Borges. Ya que hemos llegado a la palabra azar, quiero recordarle algo que es bastante curioso. La palabra azar es una palabra evidentemente de origen árabe y quiere decir dado. Cada dado se llama un azar, en árabe. Y por eso, los juegos de azar. Tiene ese origen. Algo que ciertamente no se nombra con la palabra “azar ”: claro, es mejor pensar en un destino, es mejor pensar que todo forma parte de una trama y de una trama fatal, ¿por qué no? En todo caso, todas las cosas forman un dibujo. El azar niega el dibujo. En cambio, la predestinación nos da una simetría, aunque esa simetría nos lleve al infierno, nos lleve a la culpa. Ese poema realmente me gusta. Me dijeron que estaba mal medido, pero no me señalaron qué verso estuviera mal medido. Quizá los dos últimos versos quedan, parece, mal medidos. Pero yo los he dejado un poco flojos, para que... bueno, para que hagan juego con esa idea de que se deshace todo.
Carrizo. ¿Y el verso aquél, de esa alta y honda biblioteca ciega? ¿No es un poco arduo para leer? De esa alta y honda.
Borges. No, la sinalefa. Pero desde luego alta y honda es un poco duro, un poco torpe. Pero yo no he podido hacerlo mejor. No se me ocurrió. Salvo que quisiera mostrar que el verso tiene que ser un poco difícil porque se refiere a un ciego que está recorriendo un edificio con muchas galerías, con muchas escaleras, con muchos corredores. (Ríe).
Carrizo. A mí siempre me ha parecido un bellísimo poema. Y usted, muy cerca en el tiempo de ese poema, escribió el Otro poema de los dones.
Borges. Bueno, ese otro es un poema de gratitud, de gratitud universal. En cambio aquí yo lo hacía con algún resentimiento, ¿no? Porque hablar de la ironía de Dios. . . (Sonríe)
Carrizo. ¿Quiere escucharlo?
Borges. Sí, me gustaría mucho escucharlo, ya que... claro, yo perdí la vista, Carrizo, en el año 55, y no releo lo que he escrito. Pero a veces viene gente a casa que trae un libro —yo no tengo los libros míos en mi casa, mi biblioteca es selecta— y me leen poemas. Pero hace mucho que no oigo este poema.
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