LA BIBLIA DE BORGES – Bibliotecarios de Babel

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MÓDULO 1: EL PODER LA PALABRA EN LA OBRA DE BORGES

El poder evocador y el poder creador de la palabra

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El poder evocador de la palabra

En la obra de Borges, las palabras tienen una doble naturaleza, que se manifiesta tanto en su capacidad evocadora como en su poder creador. Estas dos dimensiones del lenguaje coexisten y se complementan, revelando una complejidad inherente en la relación entre el lenguaje y la realidad. Borges nos invita a reflexionar sobre el misterio de la palabra, su origen mágico y su capacidad transformadora, que no solo nombra el mundo, sino que lo crea y lo define.

El poder evocador de la palabra radica en su capacidad de conectar con significados profundos y de despertar imágenes y emociones que trascienden lo meramente descriptivo. Borges destaca que las palabras “son, originariamente, mágicas”. En un tiempo, la palabra “luz” parecía brillar, mientras que “noche” encarnaba oscuridad. En ese sentido primigenio, las palabras tenían una relación directa y casi física con lo que representaban. No eran meros signos convencionales, sino símbolos vivos que contenían dentro de sí la esencia de lo que nombraban. Con el paso del tiempo, estos términos fueron perdiendo su conexión inmediata con la realidad y adquirieron sentidos más abstractos, pero originalmente “la palabra era mágica”, capaz de evocar una presencia, de hacernos sentir la esencia misma de aquello a lo que se refería. Este poder evocador es el que permite que las palabras trasciendan su función comunicativa para convertirse en una puerta hacia lo simbólico, hacia lo emocional, hacia lo arquetípico. El poder evocador de las palabras es, en cierto modo, el alma de la poesía, pues en ella se encuentra la capacidad de resucitar sentimientos, de invocar recuerdos y de transportarnos a un espacio íntimo y universal al mismo tiempo. Este poder evocador actúa como un eco que reverbera en el lector, que lo lleva más allá del significado literal de las palabras hacia un ámbito donde las imágenes y las emociones se funden en una experiencia estética profunda.

Por otro lado, Borges me interpela sobre el poder creador de la palabra, una dimensión más radical y transformadora del lenguaje. En el misticismo judío, y particularmente en la Torá, se refuerza la noción de que “las palabras tienen poder”. En la frase: “Dios dijo: ‘Haya luz’, y hubo luz”, la palabra no se limita a describir o evocar, sino que se convierte en un acto creador. Las palabras, al ser pronunciadas, tienen la capacidad de dar origen a lo que nombran, de convertir la potencialidad en realidad. Esta dimensión creadora del lenguaje es evocada por Borges cuando menciona los talismanes y los abracadabras, artefactos lingüísticos que encarnan el poder de transformar la realidad a través del lenguaje. En este contexto, la palabra es un acto performativo que transforma el mundo, un vehículo para la creación que se asemeja a la fuerza divina de los relatos bíblicos.

En un nivel más profundo, podemos advertir que Borges propone que el poder creador de la palabra se manifiesta en su obra a través de la idea de que el lenguaje no es simplemente un medio de comunicación, sino un acto generativo que puede modificar la realidad misma. Al igual que en el mito de la creación divina, la palabra posee una resonancia casi mágica, una capacidad inmanente de hacer que algo exista a partir del acto de nombrarlo. En los universos ficticios de Borges, este poder de la palabra resuena constantemente, sugiriendo que el lenguaje es un vehículo tanto de evocación como de creación. Así, Borges no solo explora el poder simbólico y evocador de las palabras, sino también su capacidad de transformar y engendrar nuevas realidades, invitándonos a considerar el lenguaje como un instrumento fundamental de la existencia humana, un medio que conecta lo tangible con lo intangible, lo visible con lo inefable.

El poder creador de la palabra

Las palabras son una herramienta poderosa que trasciende el mero ámbito de la comunicación. En la obra de Borges, la palabra no se limita a describir el mundo, sino que lo configura, lo engendra, lo transforma. Este poder generativo del lenguaje se encuentra en el centro de muchas de sus narraciones y poemas, y resulta imposible no advertir la profunda influencia de esta visión, que resuena con ecos de Wittgenstein y Foucault, así como con la Ontología del Lenguaje de Rafael Echeverría. En este capítulo, exploraremos cómo Borges convierte a la palabra en un acto creador, en una declaración que impone y define la realidad, y cómo esta visión cobra vida en tres de sus textos: «La Rosa de Paracelso», «UNDR» y el poema «Correr o Ser».

En el poema «Correr o Ser», Borges plantea un dilema esencial entre la existencia como simple flujo de acontecimientos y la posibilidad de una identidad más profunda, una esencia que se desdobla en palabras. En los versos finales, el poeta se interroga: «Quizá del otro lado de la muerte / sabré si he sido una palabra o alguien». Esta pregunta no es meramente retórica; condensa la reflexión filosófica sobre el poder de la palabra para determinar nuestra realidad. Borges parece cuestionarse si nuestra existencia es algo sustancial o si no somos más que el resultado de una serie de enunciaciones, una idea que se alinea estrechamente con la noción de declaración en la Ontología del Lenguaje de Rafael Echeverría. En esta obra, Echeverría sugiere que los seres humanos no solo describen el mundo mediante el lenguaje, sino que lo crean a través de las declaraciones. Al preguntarse si ha sido una palabra o alguien, Borges invita al lector a reflexionar sobre la naturaleza de su propia existencia: ¿somos individuos reales, con una esencia profunda, o somos el resultado de las palabras que nos definen y las narrativas que construimos?

La obra de Wittgenstein también resuena aquí. En su «Tractatus Logico-Philosophicus», Wittgenstein sostiene que los límites de nuestro lenguaje son los límites de nuestro mundo. Borges, al preguntarse si es una palabra o alguien, parece adentrarse en esta misma noción: si nuestras vidas están determinadas por el lenguaje, entonces el poder de la palabra no es solo descriptivo, sino fundamentalmente constitutivo. El poema sugiere que la palabra puede crear o destruir identidades, que el ser humano es, en última instancia, una construcción de lenguaje. Como Wittgenstein señaló, lo que puede ser dicho, puede ser pensado; y para Borges, lo que puede ser dicho, puede ser vivido.

En «La Rosa de Paracelso», el poder de la palabra se manifiesta como una declaración creadora, un acto de fe que no solo interpreta la realidad, sino que la genera. Paracelso, el alquimista, ofrece a su discípulo la prueba definitiva: el renacer de una rosa destruida. La escena culminante muestra cómo la declaración de Paracelso —la simple afirmación de que la rosa volverá a existir— tiene el poder de crear. «No es necesario que me creas», dice Paracelso, insinuando que la realidad no depende del consentimiento de otros, sino de la fuerza de una declaración que se impone sobre el mundo. Aquí Borges está ilustrando el acto generativo del lenguaje tal y como lo concibe Echeverría: una declaración que no solo tiene la intención de describir algo, sino que transforma la realidad y hace que lo inexistente cobre vida. En este relato, la palabra no es un mero reflejo de lo real, sino que es el instrumento mismo de la creación.

En el relato sobre el islandés Ulf Sigurdarson, un skald (poeta nórdico) afirma que «la poesía de los urnos consta de una sola palabra» y emprende una búsqueda para encontrar esa palabra. Al final de su viaje, la palabra misma se simboliza en figuras como un pez y un disco en distintas plazas, sugiriendo la idea de una palabra sagrada y totalizadora que representa algo esencial y profundo.

En la interacción entre Paracelso y su discípulo, Paracelso menciona que «me bastaría una palabra para que la vieras de nuevo», refiriéndose a la posibilidad de recrear una rosa quemada solo con el poder de la palabra. Paracelso explica luego que esta es la misma palabra utilizada por la divinidad para crear los cielos y la tierra, destacando su carácter de instrumento divino y absoluto.

En el universo ficticio de Tlön, se describe cómo los habitantes conciben el lenguaje de una manera no sustantiva, sino poética, donde una sola «enorme palabra» puede formar un «objeto poético creado por el autor». Esta concepción refuerza la idea de que la palabra es un acto creador, más allá de una simple referencia o denominación de objetos.

En el contexto de la concepción divina de la palabra, se menciona: «Consideré que en el lenguaje de un dios toda la palabra enunciaría esa infinita concatenación de los hechos, y no de un modo implícito, sino explícito, y no de un modo progresivo, sino inmediato». Aquí Borges sugiere que en la palabra divina se condensa el universo entero, siendo un reflejo absoluto de la totalidad.

En el cuento «UNDR» de Borges, el poder de la palabra se presenta de forma mística y profundamente significativa. En la escena en la que el protagonista, un extranjero, visita la tierra de los urnos, descubre que la poesía de esta región consta de una «sola palabra que es la Palabra». La palabra única representa algo esencial y absoluto, y su poder reside en su singularidad y en su capacidad para contener la totalidad de la experiencia poética. Al final del relato, el personaje se enfrenta a una palabra que «no quiere decir nada» en el momento, pero que representa un ideal de creación que es a la vez trascendente e inefable. La palabra aquí se entiende no solo como un conjunto de sonidos, sino como una entidad poderosa que puede, en su simplicidad, representar y condensar la esencia de una realidad más vasta.

El cuento «Las ruinas circulares» también explora el poder creador de la palabra. En este relato, el protagonista es un soñador que intenta crear a un ser humano perfecto solo a través de sus sueños y palabras, proyectando su poder creativo en cada detalle de este hijo idealizado. Borges describe cómo el soñador, al despertar a su hijo, siente que sus palabras y pensamientos han dado forma a una nueva realidad, que solo más tarde descubrirá como un reflejo de su propia condición, pues él también es producto de los sueños y palabras de otro.

En «La escritura del dios», Borges explora el poder creador de la palabra a través de la experiencia del protagonista, Tzinacán, un sacerdote que busca comprender la escritura secreta de su dios. Este conocimiento se le revela en una visión donde percibe una «Rueda altísima», que contiene todas las cosas del universo entretejidas. La escritura del dios es concebida como una palabra o sentencia que encapsula la totalidad del universo, lo cual permite al sacerdote comprender que una sola palabra de la divinidad abarca «el universo entero» de manera inmediata y absoluta.

Desde la perspectiva de Echeverría, el lenguaje tiene el poder de ser performativo, de declarar y crear. Borges, en estas obras, no se limita a narrar; más bien, muestra cómo la palabra es capaz de engendrar realidades enteras, cómo cada frase es un acto generativo que se impone sobre el flujo de lo existente. La palabra, en Borges, es un portal hacia otros mundos, un acto de creación constante que desafía la linealidad del tiempo y la concreción de los objetos. Tal como Echeverría lo plantea, la declaración es un acto de transformación, un acto que, al ser pronunciado, tiene el poder de redefinir la realidad, moldearla y darle forma.

Borges hace una distinción esencial entre el poder evocador de las palabras y el poder creador de la palabra. El poder evocador reside en la capacidad de las palabras para conectar con significados profundos y despertar en nosotros imágenes y emociones que van más allá del simple significado literal. Borges destaca que las palabras «son, originariamente, mágicas». Comenta que en un tiempo la palabra «luz» parecía brillar y «noche» encarnaba oscuridad. En ese sentido primigenio, las palabras tenían una relación directa y casi física con lo que representaban. Eran símbolos vivos que contenían dentro de sí la esencia de lo que nombraban. Con el paso del tiempo, estas palabras alcanzaron sentidos abstractos, pero originalmente «la palabra era mágica», capaz de invocar una sensación, de evocar una presencia. Este poder evocador es la capacidad del lenguaje para trascender lo meramente descriptivo y convertirse en una puerta hacia lo simbólico, hacia lo emocional y lo arquetípico.

Por otro lado, el poder creador de la palabra es algo distinto y más radical. En otra reflexión, Borges menciona la idea de los talismanes y abracadabras en el misticismo judío, donde «las palabras tienen poder», una noción reforzada en la Torá, en la frase: «Dios dijo: ‘Haya luz’, y hubo luz». Aquí la palabra no solo describe o evoca; la palabra crea. Este poder creador es un acto performativo, un acto que transforma la potencialidad en realidad. La palabra pronunciada tiene el poder de dar origen a aquello que nombra, tal como la palabra divina trae al mundo la luz y el cosmos. Esta visión se alinea con la noción de que el lenguaje no es un simple vehículo de comunicación, sino un acto generativo que puede modificar el mundo. En el universo de Borges, el poder creador de la palabra tiene una resonancia casi divina, sugiriendo que en el acto de nombrar existe un poder inmanente, una capacidad de hacer que algo sea, de dotar de existencia a lo inexistente. En este sentido, cada palabra no solo describe el mundo, sino que participa activamente en su creación. La capacidad de la palabra para transformar, tal como Borges ilustra en sus relatos, no solo sugiere el poder de declarar, sino también el poder de generar nuevas realidades y posibilidades. Esta visión de la palabra como un instrumento divino, creador y transformador, nos invita a contemplar la profundidad de nuestro lenguaje y su ineludible vínculo con la esencia de nuestra existencia.

Esteban Pinotti.

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